La chica que dormía sobre una mesa de pin pon maneja el
fuego y mira con ojos de agua, luego conduce muchos kilómetros y enseña lo que
hace. La chica que dormía sobre una mesa de pin pon habla bajito y con la misma
dulzura de la llama en sus esmaltes me dijo que su madre era la gran artista.
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Llena de ojos vivos abrió el saco para sacar el monedero, ojos vivos y pícaros, señaló un collar de
flores pequeñas con sus dedos también pequeños, no sé cuando me lo pondré pero
tengo que comprarlo, dijo, y mi ego de artista se lo hubiera regalado pero la
Ibercaja no entiende de querencias.